domingo, 11 de mayo de 2014

Carlos Mastronardi lee dos poemas de su libro Conocimiento de la noche

El 25 de octubre de 1965, en el ciclo Archivo de la palabra de Radio Nacional deLa Plata, Carlos Mastronardi lee dos poemas de su libro Conocimiento de la noche de 1956. Aquí están el audio, los textos y el libro.

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A la estrella de Güiraldes

Luz feliz hoy resguarda del mundo al afectuoso,
y éste del hondo abrazo y brújula en la estima.
Estaba en sus palabras, y era el último
en tornar de las voces compañeras.
Desde su vida al cielo no anduvo mucha andanza.
Ahora restañamos dulzura de su herida,
y de su herida estrella claridad restañamos.
Libre de horas trabaja con ternuras lejanas,
y su felicidad sube las primaveras
sobre estos campos que lo rememoran
mirándose en un canto,
cuando el llano se olvida de la luz
y algún pájaro empieza la tristeza...
Esto, en la tarde que anda deshecha en los juncales.

Seña de eternidad,
cierta en su vida más que en esta imagen.
Ya se ha vuelto un virtuoso del espérame,
como luna en las aguas y brisa del poniente.
Ahora he visto un ángel tejiendo la mañana
para sus campos de pasión sin dueño.
Con su emoción regula
el destino suspenso de las aves
y el porvenir aéreo de las flores.
Una estrella insistente sobre el llano
hoy es su explicación y comentario.


La rosa infinita

Había una niñez, unos jinetes y árboles
-también sus cariñosos-, 
un portal conocido por sus flores, 
algún abrazo aquietado entre perfumes
y la sombra central de la madre. 
Las miradas seguían 
el tránsito dichoso de la aurora
y el decaimiento de las azucenas. 
Quien entraba buscando los cariños de adentro 
debía pasar
bajo aquella herradura de la suerte
que a través de los años sostenía
los bienes de la casa. 
Recuerdo la escondida frescura del aljibe: 
en su hondura temblaban nuestras risas
y un eco más profundo tenían las tormentas. 
El zorzal prisionero, en el tiempo agradable, 
ensalzaba los montes natales.
Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo. 
Había claras mañanas, sucesos de esplendor, 
atravesadas siempre de carros y silbidos, 
y en el umbral alguno se tardaba, 
callado frente al pueblo 
y admirando a esos hombres que entraban con un canto 
en que había una morocha prendada de un paisano.
Esto era en la provincia, 
en la infinita rosa donde se holgó la infancia. 
El campo se daba a la brisa
y el alba era cantora
en los árboles del fondo de la casa. 
Las crecientes, los soles, las incansables aguas
conmovían al viejo vecindario, 
y el hombre trabajaba con dulzuras
en aquella quietud de esplendores durables. 
(En todo lo que diga estará el cielo, 
pues era en la provincia, 
las bandadas cruzaban una luz melodiosa
y eran los años vueltos hacia el campo).
En los desnudos brazos que el verano vencía
jugaban los reflejos
y vi pasar la imagen de la siesta. 
Las calles empezaban con sol y jovencitas. 
Una clara sonrisa
a veces detenía tormentas de jinetes. 
Entre buenos recuerdo viene un hombre del monte, 
y no quiero olvidar esos rosales
en cuya hondura generosa
nosotros y los pájaros andábamos.
Había una niñez, una fronda y sus amigos, 
luces a las personas semejantes, 
una boca pensando virtudes y pecados, 
y en el invierno, el reino 
de los cantos distraídos.

Aquí rememoro un galope
cortando la sensible medianoche
y el viento enloquecido en los parrales. 
En el verano, la unidad de la alegría. 
También las sucesiones afectuosas
de los brazos ligados, 
y las glicinas, en el segundo patio, 
junto a la cadena del pozo, 
en sus avisos de agua tan sonora. 
El cielo en nuestras predilecciones. 
Sabíamos algunas palabras
para ayudarlo a Dios.



Libro: Conocimiento de la noche (1956)
Para leer online y/o descargar


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